SOCRATÍN...  
Y  EL ORÁCULO DE DELFOS
*** 
La historia que voy a contar es tan antigua que ni nuestros abuelos se acuerdan... si lespudiésemos preguntar a los abuelos de nuestros abuelos, tampoco se acordarían. El protagonista es un niño, Socratín, que nació y creció en la antigua Grecia. Grecia está al sur-este de Europa. Es un país antiguo, alegre y ruidoso, que está bañado nuestro mismo mar, el mediterráneo. Allí, hace mucho, mucho tiempo surgió una gloriosa civilización “la civilización 
Helenística”.


Vamos a viajar con la imaginación hasta la antigua Grecia, más concretamente a 
su capital. Atenas. Y vamos a recorrerla de la mano de Menexeno, un anciano ciudadano Ateniense, escultor de profesión, que ahora mismo camina apresurado por las calles de la antigua Atenas. Todo el mundo conoce a Menexeno y todo el mundo le saluda. Es un hombre muy querido. Pero hoy no  para a hablar con nadie. Hoy Menexeno tiene prisa. Hoy es el día que su hijo, Socratín, cumple diez años. Este día es muy importante para un niño Ateniense. 
Hoy Socratín, el protagonista de nuestra historia, elegirá lo que quiere ser de mayor. Hoy Socratín elegirá un oficio y empezará a formarse en el ofico que elija para mayor gloria de Atenas y sus conciudadanos. 

Sigamos al anciano Menexeno hasta el comedor de su casa. Cuando él entra todos están sentados a la mesa. Su hijo, en el centro, luce una túnica blanca, larga hasta los pies, que su madre, ha tejido para él. Todos los familiares, cercanos y lejanos han sido invitados. En un rincón, los músicos, interpretan las más bellas melodías. La mesa está repleta de toda clase de manjares. Hoy es un día de fiesta y no puede faltar de nada. En cuanto Menexeno entra en el 
salón, todo el mundo se vuelve hacia él.
“Felicidades, hijo mío. En el día de tu décimo cumpleaños.” Dice. “Eres ya un ciudadano Ateniense hecho y derecho y tienes que elegir tu futuro oficio. Como ciudadano Ateniense eres libre y la decisión depende solamente de tí. Toda tu familia ha venido hoy aquí para escuchar tu decisión. Esperamos que hayas meditado sobre ello. Dinos Socratín ¿que quieres ser de mayor?” 

Socratín ha pensado mucho sobre ello. No llegó a conocer a si abuelo, el padre de su padre, pero sabe que fue un gran sabio. Se llamaba Socrates y en el centro de Atenas hay una estatua de bronce en su honor. Nuestro amigo sueña con ser como él. Quiere tener el oficio de su abuelo. Se sube encima de la silla en la que está sentado, carraspea antes de hablar, como ha visto hacer a los mayores. Y habla de esta manera. 


“Papá, Mamá, queridos familiares... después de pensarlo mucho, he decidido que como mi abuelo, el gran Sócrates quiero aprender el oficio de sabio.”

“Sabes que soy escultor. Todos me conocen y repetan por ello. Este es el oficio que puedo enseñarte... Pero ¿sabio? Ser sabio no es ningún oficio, hijo mío.” 

“Al abuelo le construyeron una estatua por ser sabio.” Replica nuestro amigo.
“También le condenaron a muerte. Y le ejecutaron.” Dice su padre. “El ofivcio de mi padre, tu abuelo, fue vagabundear por Atenas, siempre descalzo y con una túnica mugrienta y molestar a todo el mundo con preguntas. ¿Quieres seguir sus pasos? Adelante, hijo, eres libre. Pero no seré yo quien te enseñe a ser sabio.” 

Sin decir nada mas, se da la vuelta y sale del comedor. Detrás de él  sale la madre de Socratín y uno a uno el resto de los familiares. Los últimos en abandonar el comedor son los músicos. Nuestro amigo se queda solo. 

“Se ve que es un oficio peligroso el de ser sabio.” Piensa. “A mi abuelo le condenaron a muerte... De todas formas tengo que aprender a ser sabio sea como sea. ¿Como puedo hacerlo?” 

Se acuerda un hombre que deambula por Atenas. Como su abuelo, va siempre con la misma túnica y descalzo. Algunos le llaman Diógenes el perro, otros Diogenes el sabio.  Vive en un tonel de vino vacio en mitad de la calle y a Socratín siempre le ha dado miedo. Pero ha oido 
que conoció a Socrates. 
“Seguro que Diogenes podrá que hay que hacer para ser sabio.” 
Decidido y sale corriendo de casa sin despedirse de nadie, rumbo al centro de la ciudad , en busca de aquel hombre anciano, sabio y peligroso. 

*** 

Después de recorrer a la carrera todas las calles que conoce del centro de Atenas, por fín da con él. Está solo, paseando por la calle. Es de día pero el anciano Diogenes lleva una linterna de aceite encendida y con ella se alumbra el camino. Cuando nuestro amigo llega a su lado se vuelve hacia él apuntandole con la linterna y le mira fijamente a los ojos. 

“Muy buenas tardes, venerable anciano.” Acierta a decir el pequeño.
Diogenes tiene una mirada que hiela la sangre. 

“Estoy buscando a un hombre libre, 
un hombre de verdad, 
estoy buscando a un hombre libre, 
por toda la ciudad.” 

“No le entiendo, señor. Estamos en la calle. Esto está lleno de hombres libres.” 


JA, JA, JA 

Estoy buscando un hombre honesto 
que solo busque la verdad. 
Estoy buscando a un hombre libre 
y no lo puedo encontrar. 
Acaso eres tu, pequeño 
el hombre de verdad. 
Acoso eres tu pequeño 
el hombre que busco 
por toda la ciudad. 


Imaginaos al pequeño Socratín callado, muerto de miedo. No entiende nada. Diogenes murmura algo entre dientes y sigue su camino dándole la espalda. ¿Será que este anciano está realmente loco? 


“¡Espere!” Dice Socratín armándose de valor. “Me han dicho que usted es un hombre sabio y tengo una pregunta que hacerle.” 

“Quien te haya dicho que soy sabio es un necio.” Contesta el anciano, interesandose nuevamente por nuestro amigo. “¿Que quieres saber?”

“Mi nombre es Socratín, hijo de Menexeno el escultor y nieto de Socrates ¿Conoció usted a mi abuelo Socrates?” 

“¿Así que eres nieto de Socrates?” Pregunta el anciano apuntando de nuevo con su linterna a Socratín. “Te le pareces.” 

“¿Me podría decir como se aprende a ser sabio, como mi abuelo?” 

“Tu abuelo fue un hombre libre.” Dice el anciano. “Fue sabio por que fue libre.” 

“Pero todos los ciudadanos de Atenas somos libres.” 

“Ja, ja ,ja...” 

El anciano le da la espalda y como si Socratín nunca hubiese existido, empieza a caminar calle abajo abriéndose paso con su linterna de aceite encendida. A cada rato, para delante de alguien, le apunta directamente con la linterna y mirandole a los ojos, repite siempre lo mismo. 

“Estoy buscando a un hombre libre, 
un hombre de verdad, 
estoy buscando a un hombre libre, 
por toda la ciudad.” 

“Vaya hombre más raro” Piensa Socratín. “ Lo mejor va a ser que vuelva a casa. No he sacado nada en claro de este encuentro ¿Sería mi abuelo como el aniano Diogenes?”

*** 

Nuestro amigo pensando en estas cosas, confunde varias veces el camino. Ahora no sabe donde está. Piensa en preguntarle a alguien como volver y ve  las puertas de una casa abiertas de par en par. Sale música de dentro de ella. Sin pensárlo dos veces, cruza la puerta. Seguro de que allí, alguien podrá indicarle. Cuando entra, ve un hermoso jardín. Sentados en el suelo 
hay hombres y mujeres de todas las edades. Un hombre, es el centro de todas las miradas. 


Lleva puesta una resplandeciente túnica de seda y una flor decora su pelo. En cuanto Socratín toma asiento, el hombre comienza a cantar. 

“Grandes árboles verdes 
primorosos rosales 
inundán mi jardín con 
un millón de colores 
y pienso para mi 
ay! que bien se está aquí... 
Miro el cielo azul 
veo pasar las nubes 
la RADIANTE luz del día y 
la misteriosa OSCURIDAD 
y pienso para mi 
que bien se está en mi jardín. 
Los colores del arcoiris están muy bonitos en el cielo 
los veo reflejados en los rostros de la gente 
veo a mis amigos saludarse diciendo como te va 
realmente están dicendo: “como te amo”. 
Veo niños nacer 
y los veo crecer 
ellos aprenderán mucho más 
de lo que nunca soñe 
y pienso para mí 
ay! que bien se está aquí 
Si. Yo pienso para mi 
que bien se está en mi jardín.” 

Cuando termina su canción, el hombre de la flor en el pelo se dirige a Socratín.


“Pareces agotado, muchacho ¿Que te trae por aquí?” 

Nuestro amigo se levanta y les explica a todos su situación. 

“Me he perdido y estoy buscando el camino de vuelta a casa, mi nombre es Socratín, hijo de Menexeno, el escultor, y nieto de Sócrates, el sabio.” 

Un murmullo de admiración recorre el jardín. 

“Si eres nieto de Socrates, muchacho, te doy la bienvenida a mi jardín.” Coge una gran manzana roja de uno de los arboles del jardín y se la  ofrece al pequeño. “¿Tienes hambre muchacho?” 

Socratín, con tanto paseo por la ciudad está agotado. Coge la manzana y empieza a comérsela. Está deliciosa. 

“Mi nombre es Epicuro y al igual que tu abuelo enseño el arte de vivir con sabiduria. En este jardín imparto mis lecciones y jamás salgo de él.” 

Todos los presentes asienten a cada palabra que sale de la boca de Epicuro. 

“¿Nunca sale de este jardín? ¿Y por que no sale usted a explicarle a todo el mundo lo que sabe como hacía mi abuelo?” 

“Esa manzana que estás comiendo... ¿esta sabrosa?” 

“Si señor.” 

“Y si cogemos esa manzana, roja y jugosa y la metemos en un cesto lleno de manzanas podridas... ¿Que pasaría? ¿Se pondrían todas las manzanas rojas y jugosas como la nuestra? ¿O sería la nuestra la que acabaría por pudrirse?” 

“Nuestra manzana se pudriría, señor.” 

“Por esa razón no salgo nunca salgo de este jardín. Soy la manzana más roja y sabrosa de Atenas.” 

“Entonces...” Pregunta a Epicuro. “Seguro que mi padre, Menexeno, el escultor, ha estado aquí con usted ¿verdad señor Epicuro?” 

“Creo que no. Hijo mío... no me suena que...” El hombre coge la flor de su pelo y empieza a mordisquearla. 

“Mi madre entonces, su mujer, provablemente ella ha estado aquí.” 

“No todo el mundo en Atenas ha estado en mi jardín, muchacho. De hecho solo unos pocos afortunados lo conocen.” 

A Socratín no le gusta la idea. 

“Si mis padres nunca han estado aquí. Según usted dice, mis padres son dos manzanas podridas.” 

“Era una metafora, muchacho.” Epicuro trata explicarse. “Los que somos sabios, como tu abuelo, nos explicamos con metáforas.” 

Al final, este hombre que tan razonable parecía, está más loco que el anciano Diogenes. En su jardín la gente le mira y le sonríe. Todos están de acuerdo con él. Socratín sabe que su abuelo Sócrates, no fue así. 

“Usted no es un sabio.” Le dice. “Mi abuelo fue un hombre libre y jamás se hubiese encerrado en un jardín por muy bonito que fuese.” 

Le devuelve la manzana mordisqueada y empieza a caminar en dirección a la calle. Epicuro no sale de su asombro. La flor, la que antes decoraba su pelo, cae al suelo.  Es la primera vez que alguien se marcha del jardín de esta manera. Y no es el único. Socratín ve, por el rabillo del ojo, que otor muchacho ha salido corriendo detrás de él. 

*** 

Una vez fuera del jardín, se acerca a nuestro amigo. Es algo mayor que Socratín y un brazalete de oro decora su brazo. 

“¿Donde vives?” Le pregunta cuando están frente a frente. “Antes has dicho que estabas perdido. Yo puedo acompañarte. Soy capaz de orientarme en cualquier parte.” 

“Muchas gracias. Vivo en la otra parte de la ciudad. Mi padre es Menexeno el escultor y todo el mundo le conoce. Yo me llamo Socratín ¿Cual es tu nombre?” 

“Alejandro, hijo de Filipo Rey de Macedonia. Mi padre me mandó a Atenas para estudiar con 
Aristoteles en la academia. Tengo que recibir la mejor de las formaciones por que cuando sea mayor seré Rey de toda Grecia.” 

¡Un futuro Rey! Estaba siendo un día de cumpleaños de lo más curioso. ¡Un futuro Rey le estaba acompañando a casa! Socratín se sentía alguien importante andando por el centro de Atenas con Alejandro. 

“Tu abuelo, Sócrates, fue un hombre muy influyente.” 

“¿Como lo sabes?” Pregunta Socratín sorpendido. “Tu eres muy joven para haberle conocido.” 

“El oraculo de Delfos dijo que tu abuelo era el hombre más sabio de toda grecia. Fue muy admirado en su tiempo. Es curioso el caso de tu abuelo. El mismo pueblo que le condena a muerte le construye una estatua.” 

El pequeño no tiene más remedio que estirar el cuello para hablar con su nuevo amigo. 


“Yo quiero aprender el ofico de sabio... como mi abuelo. Pero no se como se hace.” 

Repentinamente Alejandro para en seco. Cuando un futuro Rey como Alejandro para en seco es que se le ha ocurrido una idea brillante y temeraria. 

“Tenemos que ir al oráculo de delfos. Allí hay una pitonisa, una hechicera, que sabe leer el pasado, el presente y el futuro. Ella te dirá como puedes aprender el oficio de sabio. Si partimos inmediatamente llegaremos al anochecer y estaremos de vuelta mañana con los primeros rayos del sol.”

“Pero no estaremos de vuelta hasta mañana... mis padres se van a preocupar.” 

“Mandaremos un mensajero a tus padres, cogeremos mi caballo Bucefalo y partiremos hacia Delfos, sin esperar ni un segundo. ” 

Dicho y hecho. Se dirigieron a las caballerizas de Alejandro y cogieron el más grande de todos los caballos. Un caballo negro de pelo largo, ensillado y preparado para partir. El futuro Rey subió a Bucefalo, su caballo y le tendió una mano a Socratín. 

“¡El oráculo de Delfos se encuentra en las motañas, en lo alto de los picos Fedríades!” 

Dice Alejandro y espolea a Bucefalo que, relinchando, sale disparado como un rayo.

*** 

Cuando llegan a las puertas del templo en el que se encuentra el oráculo ya ha anochecido. 

“A partir de aquí tienes que seguir tu solo.” 

“¿Y tu no vienes conmigo?” Socratín baja del caballo. El templo, de noche, iluminado solamente por antorchas tiene un aspecto imponente. Un escalofrío recorre la espalda de nuestro amigo. 

“Para consultar al oráculo debe ir uno solo. Cuando salgas no tienes más que gritar mi nombre y vendré a por tí. Suerte amigo. Que los dioses te acompañen.” 

Dicho esto, el futuro Rey, se pierde en la oscuridad a lomos de su caballo. Socratín se queda solo. El viento aulla con fuerza entre las rocas. En la puerta del templo, hay un llamador pero 
está muy alto. Para llegar hasta él y golpearlo nuestro pequeño amigo tiene que escalar un metro de puerta. Tiene miedo pero no ha llegado hasta aquí para nada. Trepa  por la puerta hasta el llamador y lo golpea. 

La puerta comienza a abrirse, chirriando. Dentro reina la misma oscuridad. No se ve a nada. Nuestro amigo avanza unos pasos y la puerta se cierra trás de él con un golpe seco. Socratín respira despacio para controlar el miedo. En la oscuridad, distingue doce antorchas, avanzan en fila hacia él. Cuando se acercan ve que cada una de ellas es transportada por un hombre encapuchado. En el medio de los doce hombres, una mujer: es la pitonisa del oráculo. La luz 
de las antorchas es suficiente para distinguir que la mujer no tiene ojos. Donde deberían estar hay dos cuencas vacías y oscuras. La pitonisa se acerca hasta susurrarle al oido. 

“¿Que quieres saber, joven Socratín?” Susurra la pitonisa. 

“Quisiera saber como se aprende el ofico de sabio.” 

La sacerdotisa sonríe y se aleja de Socratín. Arroja su manto al suelo y del suelo empieza a salir humo. Comienza a bailar y mientras baila canta. 

Tu abuelo Socrates, fue escultor como tu padre y como el suyo. 
Tu abuelo Socrates, fue músico, fue bailarin y poeta y también un gran guerrero. 
Tu abuelo Socrates, fue maestro y aprendiz, juez y judgado. 
Y solo así tu abuelo Socrates, llego a convertirse en el más sabio de los griegos 
Tu abuelo Socrates.

Dicho esto las antorchas se apagan, los hombres encapuchados y la pitonisa se esfuman como por arte de magia y la puerta del templo se abre, a la espalda de Socratín. Vuelve a salir al exterior. Las puertas se cierran detrás de él con un golpe seco. 

“La verdad es que el oraculo no me ha ayudado nada” Piensa Socratín. “Yo venía por una respuesta clara y el oráculo me ha dado más de cuatro: escultor, músico, juez, aprendiz...”  

*** 

De pronto, una voz suge de la oscuridad interrumpiendo los pensamientos del pequeño.

“Nada es más 
Nada es menos 
Nada es verdad 
Joven compañero.” 

“¿Quien ha hablado?” Pregunta Socratín asustado. 

“Mi nombre es Pirrón de Élide.” Dice la voz sin mostrar el rostro de su dueño. “Alejandro, principe de Grecia me habló de tí. Hay una cosa que tengo que decirte, algo que tu abuelo sabía y que no sabe ninguno de los sabios de pacotilla que hasta ahora has conocido.” 

“Ninguna cosa es más, ni menos que otra, 
ninguna cosa es más falsa, ni más cierta, 
ni mejor ni peor 
que ninguna otra. 
Todos esos sabiosque dicen que pueden 
saber la verdad 
dejales hablar 
han perdido el sentido 
de la realidad. 
No digas nunca que una cosa 
es así o es asá 
di, más bien, “me parece” 
y podrás acertar. 
No gigas nunca que de un tema 
eres quien sabe más 
di, más bien “me parece” 
y podrás acertar. 
Nada es más 
Nada es menos 
Nada es verdad
Joven compañero." 

Por fín Pirrón se deja ver. Luce barba larga de anciano. Pero su cuerpo en pequeño como el de un niño.

“El oficio de tu abuelo fué el más dificil de todos”, dice, “y a la vez el más sencillo. Aprendió a pensar por si mismo. Y eso fue lo que le convirtió en un hombre sabio.” 

“¿Y podría usted, señor Pirrón, enseñarme a pensar por mi mismo?” 

“Tu abuelo, Socrates, a quienes le preguntaban por su saber les daba siempre la misma respuesta: Solo sé que no se nada.” 

“¿Tengo que aprender a no saber nada para ser sabio?” 


Pirrón sonríe ante su comentario, mira a nuestro amigo con ternura y dandole la espalda, desparece de nuevo en la oscuridad. 

“Señor Pirrón no se vaya ¿Como puedo pensar por mi mismo? ¿Como puedo aprender a no saber nada?” 

Socratín vuelve a quedarse sólo a las puertas del oráculo de Delfos. Se escucha trotar a Bucéfalo el caballo de Alejandro. 

“Socratín amigo. ¿Con quien hablabas?” 

“Un hombre. Pirrón de Élide. Dijo que le habías hablado de mí.” 

“Yo no he hablado con nadie.” 

Los dos amigos se quedan un momento en silencio. Solo se scucha el viento entre las rocas de los picos, se diría que no hay nadie en kilometros a la redonda: sin embargo... ¿De donde había salido ese hombre? 

“Volvamos a casa.” Dice Alejandro. “A estas horas de la noche el templo es un lugar muy extraño.” 

Socratín sube de un salto a lomos de Bucéfalo y el caballo parte veloz como un rayo. Mientras cabalgan alejandose del Oráculo, el pequeño Socratín echa la vista hacia atrás. Una inscripción grabada en las paredes del  templo, tenuemente iluminada por un antorcha, llama poderosamente su atención. Lee la inscripción en voz alta. 

“Nosce te ipsum.” 

“¿Que has dicho?” Pregunta Alejandro. 

“Nosce te ipsum. Esta grabado en el templo ¿Que quiere decir?” 

“El maestro Aristoteles me la enseñó.” Contesta el futuro Rey sin apartar la mirada del camino. “Quiere decir: “Conocete a tí mismo. Era la unica máxima de tu abuelo. Conocete a tí mismo.” 

“¿Conocete a tí mismo?” 

Y es así como, mientras se aleja de Delfos en plena noche montado a lomos del caballo más grande de Grecia, acompañado por su amigo el principe Alejandro, que con el tiempo será el Rey más grande de Grecia, nuestro amigo Socratín, nieto del que había sido el hombre más sabio de Grecia comprende, lo que tiene que hacer para llegar a ser un hombre sabio. Debía conocerse a sí mismo. 

Al volver a Atenas Socratín aprende de su padre el oficio de escultor, pero tambien aprende el de músico, el de guerrero, el de poeta... jamas en su vida dejó de aprender. Y aprendió tanto que, con el tiempo, su fama hombre sabio se extendió por toda Grecia. Cuando le llego su hora, se fundió bronce  para hacer una estatua en su honor. Una estatua como sólo los grandes hombres tenían. Con una inscripción, grabada en piedra, que decía. 

“Nosce te ipsum” 

Conocete a tí mismo.